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Del 23 de junio al 17 de septiembre de 2017
Dossier Ismael Smith (pdf - 1,57Mb)
Programa Ismael Smith (pdf 713 Kb)
Revisar a fondo la trayectoria de Ismael Smith Marí (Barcelona, 1886 – White Plains, Nueva York, 1972) era una de las tareas pendientes de la historia del arte catalán. Smith fue famoso durante los primeros años de su carrera, pero en 1919 se fue a vivir a Estados Unidos y entonces empezó el proceso de su olvido. Allí no se pudo integrar como aspiraba y fue dejando la práctica del arte para dedicarse al estudio de la cura del cáncer, de una forma naíf y obsesiva. Finalmente, en 1960 acabó internado, contra su voluntad, en el sanatorio psiquiátrico de Bloomingdale, a las afueras de Nueva York. En Cataluña no fue un artista olvidado del todo, pero se le mantuvo acotado en el terreno de la ilustración satírica y el bibelot. Esto vendría dado por su producción transgresora, siempre al límite, en el mundo de orden del novecentismo en el que estaba inmerso.
La deformación de carácter grotesco o expresionista de la escultura, la ambigüedad sexual de las figuras masculinas y femeninas de los dibujos, o las escenas esperpénticas de los grabados no podían encajar en el plácido mediterranismo que se estaba imponiendo como única salida al modernismo. Era una obra inquietante y variada, que fue quedando relegada del discurso oficial hasta llegar al desclasamiento o el menosprecio. Su figura no se empezó a revisar hasta después de su muerte, gracias a los esfuerzos de algunos de sus admiradores más fieles.
La exposición se divide en cinco ámbitos: el personaje, el dibujante, el escultor, el grabador y el trágico final del artista.
Catálogo de la exposición
#IsmaelSmith
Encontraréis información sobre la Restauración de tres yesos inéditos de Ismael Smith en el blog del museo.
Patrocinan:
La vida y la obra de Ismael Smith parecen indisolubles, tal vez más que cualquier otro artista catalán de la época. Personajes tan opuestos como Eugeni d'Ors o Raimon Casellas lo captarán en seguida. Era como si él fuera una creación más de su catálogo o, quizás, la obra maestra que las sumaba todas en un arquetipo espléndido, atractivo para unos y, a la larga, repulsivo para otros. Ismael no pasaba desapercibido para nadie. Se hacía notar todo el tiempo ¡y le encantaba ! Era su propia obra de arte, tal y como tenía que ser para un dandi a ultranza. Pero, además, y a diferencia de muchos otros ociosos presumidos de la historia, también era un trabajador incansable, a pesar de la cantidad de circunstancias adversas a las que se vio impelido, a menudo por la quimera que provocaban su obra y su personalidad.
Fue documentando la evolución de su rostro, con un atavío impecable y estudiado, pero nunca repelente o distante, sino simpático y afable, porque se sabía atractivo y charmant. Primero lo hizo bien emperifollado a la inglesa, y después como un artista de cine americano. Siempre miraba hacia adelante, medio de reojo, y con su peculiar sonrisa, que se fue empañando con el paso del tiempo.
Paralelamente a su aparición como escultor, Ismael Smith irrumpió como un excelente ilustrador y dibujante, en un ambiente y una época dorados para el arte catalán. A partir de 1906 y hasta 1912, fue uno de los dibujantes más celebrados de la prensa barcelonesa. La evolución que mostraba del modernismo hacia las corrientes inglesas y centroeuropeas lo situaba como uno de los artistas más innovadores del campo de la ilustración. Fiel admirador de Aubrey Beardsley y de Jessie M. King, gracias a la maestría muy orientada de Alexandre de Riquer, Ismael logró una iconografía provocadora que invocaba la ambigüedad sexual, el sarcasmo y un frenesí poco habituales en el contexto del novecentismo, siempre de orden, y el de una sociedad hipócrita y conservadora.
Después de triunfar, y provocar, en Barcelona, Smith marchó a París, de 1911 a 1914. En la capital francesa conectó con la flor y nata de la vanguardia, pero no se implicó en ella y dispersó bastante su universo propio. Realizó ilustraciones, dibujos para moda, grabados, escultura, pintura e, incluso, diseño de muebles. Expuso en todos los grandes salones, como el de Automne o el de los Indépendents, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial lo hizo volver a Barcelona. Sin embargo, su nombre ya se había empezado a arrinconar y él no se llegó a integrar de nuevo como esperaba.
Smith se sentía sobre todo escultor. Sus primeras obras datan de 1902 y remiten a sus maestros: por un lado, Rafael Atxé, y por el otro, Josep Llimona. Entonces mostraba ya dos tendencias, una erótica y dionisíaca, y otra mística, que lo acompañaron siempre. En 1903 obtuvo varios galardones y a partir de entonces su presencia dentro del panorama artístico fue habitual. Hacia 1904 ya había definido su estética, inmersa en el naciente expresionismo que se gestaba en Cataluña, con Mani, Gargallo o el primer Casanovas, pero que no llegó a cuajar porque se impuso el clasicismo novecentista. Smith se mantuvo en este expresionismo y eso propició su desclasamiento. Su conjunto En abundancia, presentado y galardonado en la V Exposición Internacional de Bellas Artes y de Industrias Artísticas, de 1907, a pesar de que fue adquirido por el Ayuntamiento de Barcelona para que figurara en el nuevo Museo de Arte del parque de la Ciutadella, desapareció de forma misteriosa, entre 1911 y 1925, seguramente destruido.
También proyectó muchos monumentos, pero le boicotearon la mayoría y no pudo acabar ninguno. Sin embargo, contaba con admiradores incondicionales como Eugeni d'Ors, Josep Pijoan o Francesc Cambó. Pero no fue aceptado nunca como un escultor de valía por las instituciones y quedó siempre marginado. Ante tantos fracasos, en 1919 se fue con su familia a Nueva York.
Igual que a Rusiñol y Casas, a Smith le gustaba el flamenco. Identificado como emblema de lo español, las manolas y los toreros eran un icono popular en la cultura europea del siglo xix y principios del xx, cuando también se impuso en los Estados Unidos. Es en el ámbito artístico donde se extendió más y generó una tradición que trascendía la acotación territorial. En cuanto a la música, Albéniz y Granados, y más tarde Falla, dialogaban con la música francesa, que había absorbido la estética “española”. Picasso y Anglada Camarasa, entre otros, harían lo mismo en la pintura.
Smith era íntimo de Granados, y también de Laura, la hija de Albéniz, el otro “compositor catalán de música española”, tal como escribió en los exlibris que dedicó a los dos músicos. Dentro del catalanismo independentista, Smith vindicava, sin prejuicios, esta estética como una importante fuente de inspiración. Y le daba la vuelta gracias a su enorme y corrosivo sentido del humor. Parte de los grabados hechos en París, entre 1911 y 1914, y todos los de Nueva York de 1919, se inscriben en esta línea. Pero, sus majos y majas y los tablaos son casi siempre equívocos o esperpénticos, y en las escenas taurinas el toro, también casi siempre, agrede al torero, reventándole las tripas. Con este repertorio, y con el de sus exlibris, Smith se abrió camino en los Estados Unidos y logró el reconocimiento, a pesar de que con el tiempo quedó marginado en el olvido.
Smith utilizó su pletórico repertorio goyesco como carta de presentación en el Nuevo Mundo, pero cuando ya estuvo instalado en Nueva York apenas lo continuó. Su obra americana, desplegada sobre todo entre 1919 y 1925, giró alrededor de la sexualidad y el misticismo, en un círculo que se cerraba, y también en el retrato escultórico inmerso en una estética poco convencional. En 1926 regresó a Cataluña, pero su producción continuaba no teniendo espacio entre la sociedad conservadora imperante. Aun así, intentó integrarse y participó en el concurso internacional para el Sagrado Corazón de Jesús, que abría la Exposición Internacional de 1929, con una obra que escandalizó a todo el mundo y fue rechazada. Era una imagen queer, de estética gay y amanerada, por la que incluso le quisieron excomulgar. Fue su último gran fracaso. En 1931 volvió a los Estados Unidos para vivir junto con su familia. Allí todavía hizo alguna escultura, bastantes dibujos y pinturas, pero acabó por dejar de lado el arte y obsesionarse con la investigación científica y la práctica del naturismo. En 1960 fue detenido por la policía a raíz de una denuncia de los vecinos por pasear desnudo, y fue ingresado en el psiquiátrico de Bloomingdale, donde murió recluido en 1972.