Objeto de exhaustivas relecturas tanto museográficas como teóricas, el arte conceptual en Cataluña ha devenido, al menos durante las últimas dos décadas, una suerte de contra relato canónico dentro de la lectura de los años setenta. Grup de Treball, un colectivo fuertemente politizado, que reunió a diversos artistas cuyas trayectorias posteriores adquirieron gran relevancia, ocupa un lugar destacado dentro de esta genealogía crítica. Junto a éste, el Taller de Arquitectura, plataforma multidisciplinar integrada por pintores, poetas, arquitectos y cineastas, así como los grupos Gran de Gràcia, Praxis (Girona) y Tint-2 (Banyoles) componen un espectro que permite comprender el arraigo de los lenguajes desmaterializados y la crítica social en el contexto catalán.
La pintura de los setenta reúne, al menos, tres generaciones de artistas muy activos, desde Antoni Tàpies y Joan Ponç hasta Joaquim Chancho, Joan Pere Viladecans, Robert Llimós y Frederic Amat, pasando por Joan Hernández Pijuan, un vínculo entre ambas. Por otro lado, la fotografía engloba a Oriol Maspons y Colita con Manolo Laguillo.
Se aprecia un notable incremento de los espacios expositivos, sobre todo las galerías (Joan Prats, Ciento, Mec Mec, Trece, G, Sala Aixelà, Eude, 49, Maeght, Galería Cadaqués, etc). La Sala Trece en Sabadell y, sobre todo, la Sala Vinçon, un verdadero meeting point para la época, certifican la actividad artística de estos años que son, también, los de la aparición de diversas revistas contraculturales como Ajoblanco, El Rrollo enmascarado y Star; de humor satírico, por ejemplo El Jueves y Por Favor; o de pensamiento político, como El Viejo Topo.
La editorial Gustavo Gili, con sus colecciones sobre diseño y arquitectura, ocupa un lugar destacado, así como CAU y Carrer de la Ciutat. Llibres del Mall testimonia la importancia de la actividad poética a lo largo de este período.